lunes, 7 de marzo de 2011

DIENTES DE LEÓN (Verónica Pizzella)









La fugacidad ha sido irrumpir

violentar

luego, parir orugas

en las grietas

o bien en medio de la euforia;

y tarde o temprano

lo fatal estará ahí

haciéndonos gárgaras en los ojos

para inaugurar los decesos

la babel

los desplazamientos.

De eso

menos o más

se ha tratado siempre el hombre:

un punto negro

con una que otra lengua

para decirse y desdecirse

en cada minutero en el que se enreda

en cada almohada en la que fue a caer

acaso por simple cuestión de coordenadas

porque no ha de asumirse así nomás

que pudo ser por mucho más que eso.

NOSOTROS (Adriana del Vitto)









Nosotros


Tantos pájaros grises nos han sobrevolado...

Entonces, como ahora, estábamos juntos.

                                               Nosotros,

estos otros pájaros

                            prohibidos

iluminando fuegos

                           aún sin leña

encendiendo las lumbres

                                  de otros amaneceres.





Nosotros... locos enamorados

aprendiendo

                        a deglutir

el paso de las voces y los días.



Somos reacios a domesticarnos.

Nos dimos cuenta

                                sumando soledades

                                restando sueños

                               dividiendo el pan

                               multiplicando los abrazos.



¿Cómo encerrarnos entre líneas y marcos

si no podemos acallar las alas?

No hay anclas para nuestros vuelos...



Presiento que seguiremos juntos,

conjugando el plural

de todas las esperas y de cada utopía.



No importa que los pájaros negros

intenten acechar la interminable continuidad

                                      de nuestras horas.



Aquí estaremos.

Ellos sabrán, como nosotros, que somos invencibles.

PEQUEÑO POEMA (María Adela Agudo)









De niña yo miraba pasar los juncos y los bellos silbos varoniles.

Era una guirnalda serena y dormida.

Oh mis quince años, entonces no sabía que debía mirar largamente

los manzanares y las gargantillas de clavel;

que yo tenía brillos y mis hoyuelos risa ajena.

Entonces tú corrías en un espacio familiar y sin espera.

Por qué no admirarte en ese justo nombre, lleno de olor inmenso.

Soñar tus ojos donde el azabache su vuelve traslúcido.

Por eso no eres tú, porque no te llamaba, amante;

porque no te invocaba como a un bello vocablo que nos pertenece.

Debí detenerte con la primicia de julio,

apresurarte quizás, con un vertiginoso pandero lleno de sonrisas,

porque ya existías, como todo lo límpido,

y arrojabas tu juventud hacia mi vida.



Si no, no te vería hoy partir sin palabras.

Yo, que todo lo enloquezco, no poseo tus párpados efímeros

ni la ebriedad de todos los joyeles del sueño.

Me adormezco entre el frenesí de las guitarras

pero algo en mí sigue despierto.

En tanto conozco por única vez la primavera,

los retoños que no se abren en fiesta

y la pajarera que se marchita.