sábado, 26 de diciembre de 2015

CARLOS EDUARDO FIGUEROA (Santiago del estero)



                                     



CIUDAD DE LOS LAPACHOS

En la tarde de agosto que declina,
caen  lágrimas  del lapacho
al furor del  viento que ejercita
su libertad sin conciencia.
Lejos de aquí, en la escena de Shivago
se desploman los pétalos de una flor
a medida que se aleja el amor
al fragor de la batalla.
Árbol  emblema de Santiago,
su fugaz  lenguaje nos representa
desde  esta tierra  de soles y leyendas.
Un día cualquiera, su fragante hoguera
vendrá a  iluminar  ausencias, talvez  mi figura,
un pensamiento apenas.


DESDE EL PUENTE

Si una tarde cualquiera de otoño te sientes vacío
y la angustia invade tu espíritu,
camina lentamente hasta el puente
aquel que en Santiago une dos ansiedades
y mira al poniente como si buscaras un ángel;
verás un incendio de soles venciendo a la noche,
oirás tambores de bronce llamando al ocaso.

En el ritual de la tarde
trae como ofrenda la pena que te agobia
déjala que se funda en el paisaje como un leño
y sentirás que una extraña paz alivia tu corazón.

Antes del regreso, libre ya de la angustia
no olvides mirar hacia el este
ese rumbo luminoso que vendrá del futuro
para  definir el perfil de las cosas,
para ahuyentar los miedos del hombre.


DESTELLOS

 Este es el inventario elemental
de los momentos que repiten mi vida:
Un amanecer en primavera
cuando el chivato suelta sus gallitos
en la fiesta florida  de otro día que se va.
Un mediodía de verano
donde reina el impiadoso sol
que me obliga,  a buscar la sombra
de la morera cordial.
Un atardecer de otoño frente al mar
cuando las horas cansadas se pierden
como sombras,  entre las olas que vienen y van.
Una noche de invierno,
frío que deviene azul lo que toca
cuando  llama insistente a la presta soledad.
Quizás nuestras vidas sean
sólo  destellos que cruzan los infinitos días,
esos  que pasan sin pasar.


IMÁGENES DEL AYER

La fotografía es cruel, hiere su verdad
Cuando nos muestra felices
Sin las huellas que deja el pasado.
Ella, en su mundo contiene
La vida que se fue y sin querer
nos aleja de los días venturosos.
Cómo volver sin dolor al ayer
Si sólo tenemos  nuevas palabras
Para rescatar la antigua alegría que quedó
Aprisionada en aquel viejo papel.
Hoy lo se y es en vano
Porque no podemos detener al tiempo inexorable:
Río salvaje que alimenta su existir
Con la sangre de quienes caen en su cauce.


SER FELIZ EN UBEKISTÁN

No es tener el asombro de la gigante comba
Que todas las tardes llama a las sombras
En esos ardientes ocasos de Asia Meridional.
Tampoco es el ganado que pasta su silencio
Al pie de las nevadas montañas del  paisaje sin igual.
Ni son tampoco aquellos árboles centenarios
Que alegran la humilde historia de Nadir.
Nada de esto fue suficiente para él,
Hasta que pudo cinglar su espada de antiguo metal
Y diseñar la bolsa de suave piel de aquel zorro
Que cazó una fría mañana de abril.
Hermosa lección nos legó este ignoto habitante
De la lejana Ubekistán:
Aprender a ser feliz con las elementales  cosas
Hechas a la medida de su menguada ambición.


Carlos Eduardo Figueroa (Buenos Aires, 18 de febrero de 1939) vive en Santiago desde sus primeros años. De profesión Contador Público Nacional, durante su juventud vivió en Alemania y visitó numerosos países de Europa. Dueño de una profusa obra poética que ha trascendido los límites de nuestra geografía, tuvo también activa participación institucional en la SADE (Sociedad Argentina de Escritores). Dueño de un lenguaje poético caracterizado por un excelente manejo de la metáfora y las figuras poéticas, sus trabajos se han publicado en la prensa local, nacional y extranjera. También fue figura descollante en los Cuadernos de Cultura de Santiago del estero. Entre los libros publicados por Figueroa, podemos mencionar Los juguetes del sueño (1978), Diálogo secreto, (1984), Señales de dos mundos (1993), Soles de la memoria (1998), Días sin regreso (2005) y la palabra encendida (2008).